martes, 7 de mayo de 2013

Una despedida


Marcos y Ana volvían a estar encerrados, pero ahora sin las monedas y sin ninguna esperanza de volver a casa. Estaban decepcionados porque habían confiado en la princesa Altea y ella les había traicionado. Pero Marcos se resistía a pensar que todo había acabado. No creía que su única misión hubiera sido llevar las monedas al reino y nada más.
En el castillo estaban celebrando la recuperación de las monedas. Estaba previsto colocarlas en el escudo al día siguiente para que nunca más se pudieran separar.
LOS ESPERADOS, como los llamaba ahora todo el mundo, no tenían claro su futuro, hasta que la sirvienta, que era el doble de Clara, fue a visitarlos.  Les explicó que llevaban siglos esperándolos, que había muchas personas que no creían en la profecía que las monedas habían anunciado, pero que ella y sus seguidores sabían que llegarían alguna vez.
Las monedas decían que LOS ESPERADOS vendrían en son de paz y que ningún mal harían a su pueblo.
Entonces Marcos preguntó si la profecía decía algo sobre el destino de LOS ESPERADOS y la mujer les dijo que la inscripción de las monedas sólo decía que con el fuego lo encontrarían y con el fuego se irían.
Inmediatamente Marcos recordó que el día que se incendió la cocina del colegio fue cuando encontró la primera moneda y cuando empezó la aventura.
Hacia media noche Ana y Marcos tuvieron otra visita. Era la princesa Altea que venía a ver a sus amigos y a pedirles perdón por lo que les había hecho. Altea había tenido que seguir las instrucciones de su padre y por eso les había engañado. Ella estaba muy triste, pero les iba a ayudar a salir de allí antes de que las monedas quedaran incrustadas en el escudo para siempre.
Marcos y Ana se pusieron muy contentos cuando vieron a la princesa y escucharon sus palabras. Los dos habían sufrido una gran decepción cuando la niña los traicionó. Ahora sabían que la princesa Altea era una buena amiga.
Antes del amanecer unos cuantos hombres entraron en las mazmorras y abrieron la puerta de la celda de Marcos y Ana. Les dieron unas capas oscuras y salieron por un pasadizo subterráneo que conectaba el castillo con el árbol sagrado.
Cuando llegaron a la colina estaban exhaustos. De pie, junto al árbol sagrado, estaban Altea y su sirvienta esperándolos. Ana y Marcos se alegraron mucho de verla. La princesa les dijo que no tenían mucho tiempo, que había robado las monedas del castillo y que debían partir antes de que amaneciera.
Altea sacó las monedas de un saco de terciopelo granate y dorado. Ana y Marcos pusieron las manos sobre las manos de la princesa y un rayo de fuego partió al árbol por la mitad. Pronto el fuego se extendió y les rodeó. Los tres se miraron y sin decir una palabra comprendieron que era el adiós. Una potente fuerza los arrastró hacia el interior del árbol partido y antes de darse cuenta, Ana y Marcos estaban de vuelta en el colegio.

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