lunes, 6 de mayo de 2013

El árbol sagrado


Ana tomó la iniciativa y comenzó a explicar que venían de un reino lejano llamado Europa,  que se habían perdido del resto del grupo y que seguramente estaría buscándolos. Explicó que Marcos era su hijo y que su marido era un caballero muy poderoso e importante.
Altea preguntó a Marcos por sus extraños ropajes,  y el niño dijo que eran ropas cómodas para viajar, pero que no eran las que llevaban a diario.  Contestaron a todo tipo de preguntas a lo largo de la comida mezclando la realidad con  la imaginación. 
El rey no abrió la boca. Es posible que no creyera nada de lo que estaban contando. Marcos tenía la sensación de que en cualquier momento les iban a encarcelar otra vez, pero no fue así. Al terminar la comida Altea les invitó a dar un paseo para enseñarles parte del castillo.
La princesa era adorable. Estaban tan a gusto con ella que casi se habían olvidado de su terrible situación. Marcos y Ana aprovecharon para hacer mil preguntas y saciar su curiosidad. Era una situación increíble para aprender.
Después de ver las inmediaciones del castillo se dirigieron a ver el árbol sagrado que estaba en lo alto de una colina. 
Altea se puso muy seria al llegar. Se trataba de un árbol extraordinariamente frondoso. Su tronco era fuerte y sus raíces sobresalían de la tierra. Algo en aquel lugar era familiar para Ana y Marcos. Era como si ya hubieran estado allí antes y como si ya hubieran visto el árbol con anterioridad. Demasiadas coincidencias, primero con Clara y ahora con el árbol.
Altea se arrodillo, se quitó del cuello la medalla y la dejó en el suelo junto al árbol.
¡Era el momento de coger el colgante y echar a correr! No había guardias, podrían  juntar las monedas y volver a casa, pero no eran capaces de hacer eso a la princesa.
De pronto Altea, sin dejar de mirar al suelo les dijo, como si les estuviera leyendo el pensamiento, que sabía que querían su moneda. Ana miró a Marcos y los dos se asombraron ante sus palabras. Altea siguió hablando con voz grave y semblante triste. Les dijo que no había creído nada de lo que habían contado durante la comida. Sabía que estaban allí para juntar las monedas mágicas. Tanto sus padres como ella sabían que eran LOS ESPERADOS. Los mensajeros que las monedas habían anunciado siglos atrás. 
Parece ser que cuando las cinco monedas estaban juntas en el escudo formaban una inscripción, en un antiguo dialecto que ya no existía por falta de uso, en la que explicaba que unos extraños venidos de otro tiempo juntarían las monedas otra vez. Nadie entendía esa frase porque estaban las cinco monedas juntas, pero cobraron sentido en el mismo momento en que se repartieron.
Ana al oír aquellas palabras se acercó a la princesa y la miró a los ojos. Marcos no sabía qué iba a hacer. No estaba seguro de si debía contar toda la verdad. Podía tratarse de un trampa para quitarles las monedas y con ellas la única oportunidad de volver a su casa con su madre y su hermano Pau.
La profesora se llevó las manos al bolsillo del pantalón y sacó las cuatro monedas.
La princesa Altea soltó un grito al verlas y al ver la guardia real que los rodeaba.
Al parecer no estaban solos. De la nada salieron un montón de hombres encabezados por el rey, que se colocó frente a Ana y le arrebató las monedas. Altea miró a Marcos y una lágrima corrió por sus mejillas. Casi susurrando dijo que lo sentía mucho.

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