domingo, 19 de mayo de 2013

Introducción del libro


A principio de curso, cuando todo está por hacer y estamos cargados de fuerza y de ilusión, se me ocurrió escribir una historia entre los niños de primaria.
Todo comenzó con la idea de que fuera un proyecto corto, en el que todos los alumnos pudieran participar de alguna forma. Pensaba en una actividad que motivara a los alumnos a leer y a escribir, una actividad en la que pudiéramos usar un  formato diferente al que usamos cada día en la escuela.

Expliqué en las diferentes clases el proyecto y el entusiasmo pronto superó mis expectativas. En algunos momentos la lluvia de ideas fue tan intensa que no era capaz de tomar apuntes.

Comenzamos con la elección de unos personajes y su descripción.
¡ Quién nos iba a decir al principio, que Marcos y Ana nos iban a acompañar todo el curso! Los elegimos al azar, y los hemos ido definiendo y dando la forma que queríamos. Han crecido con nosotros a lo largo del año.
Poco a poco la historia avanzó y gracias a vosotros tomó un camino inesperado que nos gustó a todos.

Vosotros habéis decidido el título, habéis hecho bonitos dibujos y por fin, aquí está el resultado final.
Gracias a todos por haberos implicado tanto, por haber puesto a mi disposición vuestra imaginación.

Esta historia ha terminado pero Marcos, Ana y Altea pueden volver el curso que viene.... o no.

lunes, 13 de mayo de 2013

Ya tenemos título para nuestro relato

El título más votado entre todos los que habéis sugerido es:

El misterio de las monedas


También hemos seleccionado los dibujos. ¡Fantástico!

El libro está terminado, pronto lo tendréis impreso en clase.

miércoles, 8 de mayo de 2013

FIN Y ¡GRACIAS!

Hemos llegado al final del camino.... por ahora.
Con esta entrada doy por terminada esta gran historia que empezó tímidamente con la idea de ser un proyecto corto, con la idea de motivar a mis alumnos a crear, a interesarse por la lectura y escribir.
Ha sido un éxito. Habéis participado mucho y bien. Me habéis dado más ideas de las que he podido recoger. Vuestra creatividad e imaginación me han desbordado.
MUCHAS GRACIAS UNA VEZ MÁS.
¡SOIS GENIALES!
Ahora nos queda terminar los dibujos, poner título e imprimir el relato.


El blog seguirá con otras historias y otros proyectos. Siempre que un niño tenga ganas de leer y de escribir, el blog de castellano estará a su disposición.

Os dejo con Ana y Marcos para ver cómo acaba la historia.


Lo primero que hizo Marcos cuando fue consciente de que habían vuelto a su vida normal fue intentar abrir la puerta de la clase. Todo estaba intacto, ni rastro de polvo, la pizarra en su sitio, total normalidad.
Ana se fijó en el reloj de la clase y vio que eran las cinco y diez de la tarde. Aún podían oírse los niños que salían del colegio. Al parecer el tiempo no había pasado. Las monedas les habían devuelto justo antes de que se quedaran encerrados.
Marcos pensó  en su madre. Tenía muchas ganas de verla y abrazarse a ella. Se asomó a la ventana para ver si podía ver su coche aparcado, y de pronto lo vio ¡Allí estaba! Presidiendo el patio trasero del colegio, ¡El Árbol Sagrado! Siempre había estado allí, frente a sus narices, pero siempre había pasado desapercibido.
Marcos llamó a Ana para que se asomase también a la ventana y verificara lo que él pensaba.
¡Desde luego que era el Árbol Sagrado! No estaba sobre una colina, no estaba rodeado de bosque, quizás tampoco era tan frondoso y verde, pero sin duda, era el mismo árbol donde hacía escasos minutos habían dejado a la princesa Altea, y se había obrado el milagro de las monedas.
Ana y Marcos bajaron las escaleras de dos en dos. Salieron por la puerta de la cocina que daba directamente al patio trasero donde se encontraba este árbol centenario. Los dos corrían hacia el árbol sin saber qué buscaban.
Los arquitectos que habían construido el colegio idearon este espacio para que el árbol pudiera sobrevivir. Lo habían respetado por su gran majestuosidad.
Este patio no era un lugar muy frecuentado por los alumnos, pero sí era conocido por todos.
Cuando llegaron junto al árbol se fijaron en una profunda hendidura que atravesaba el tronco. Una señora que estaba recogiendo el comedor les dijo que el árbol se había quemado durante el incendio que meses atrás se había producido en la cocina del colegio.  Al parecer el fuego se provocó de una forma espontánea junto al árbol y se sofocó con rapidez sin perjudicar a nada ni a nadie, salvo al tronco del árbol. Aún no se habían determinado las causas del incidente.
Ana tocó el árbol con la esperanza de que su tacto le revelara algún secreto o le diera alguna pista, Marcos se abrazó a él, pero nada ocurrió, salvo que la encargada del comedor les mirara como si estuvieran locos.

Ana y Marcos volvieron a casa esa tarde siendo diferentes personas. La experiencia les había cambiado para siempre. Les había hecho ser mejores. Para sus familias había sido un día normal, pero para ellos había supuesto la gran aventura de sus vidas.
Las semanas siguientes dedicaron todo su tiempo libre a buscar información sobre el rey Morlando y su reino. Consultaron con expertos en la edad media, con historiadores y numismáticos. Buscaron en mapas y libros antiguos, pero no encontraron nada. ¡Nadie había oído hablar de ese rey, ningún experto había visto antes las monedas que describían Ana y Marcos. El escudo no estaba registrado en ningún libro de heráldica. ¡Ni rastro!
Marcos se sinceró con su madre y su hermano y les contó todo lo que había sucedido. Al principio fueron escépticos, pero al final creyeron todo lo que Ana y Marcos contaban por increíble que les pareciera.
Profesora y alumno de vez en cuando se sentaban debajo del árbol para leer o conversar. Era lo único que les unía a la princesa Altea y a las monedas. La única prueba que les demostraba que no había sido un sueño.
Poco a poco volvieron a su vida normal. Nunca olvidarían lo que les había ocurrido. Ambos deseaban con todas sus fuerzas que las monedas hubieran devuelto la paz y la prosperidad a todos los habitantes del reino.
Algunas noches Marcos soñaba con Altea. Los dos corrían por la colina junto al Árbol Sagrado.

Un día del mes de abril, Ana anunció a la clase que una alumna nueva iba  a llegar a su curso y les pedía que fueran cordiales con ella.
Cuando la puerta se abrió y Marcos vio a la niña nueva, se le cayeron las gafas del susto. ¡Era Altea! ¡La princesa Altea! Allí, en su clase. ¡Altea! tan guapa como él la recordaba.
La niña entró en la clase y se presentó. Dijo que se llamaba Altea y Ana la invitó a que se sentara junto a Marcos.
Ana guiñó un ojo a Marcos y la niña ocupó el sitio que estaba libre junto a él.
Pero esto ya es otra historia.


FIN

martes, 7 de mayo de 2013

Una despedida


Marcos y Ana volvían a estar encerrados, pero ahora sin las monedas y sin ninguna esperanza de volver a casa. Estaban decepcionados porque habían confiado en la princesa Altea y ella les había traicionado. Pero Marcos se resistía a pensar que todo había acabado. No creía que su única misión hubiera sido llevar las monedas al reino y nada más.
En el castillo estaban celebrando la recuperación de las monedas. Estaba previsto colocarlas en el escudo al día siguiente para que nunca más se pudieran separar.
LOS ESPERADOS, como los llamaba ahora todo el mundo, no tenían claro su futuro, hasta que la sirvienta, que era el doble de Clara, fue a visitarlos.  Les explicó que llevaban siglos esperándolos, que había muchas personas que no creían en la profecía que las monedas habían anunciado, pero que ella y sus seguidores sabían que llegarían alguna vez.
Las monedas decían que LOS ESPERADOS vendrían en son de paz y que ningún mal harían a su pueblo.
Entonces Marcos preguntó si la profecía decía algo sobre el destino de LOS ESPERADOS y la mujer les dijo que la inscripción de las monedas sólo decía que con el fuego lo encontrarían y con el fuego se irían.
Inmediatamente Marcos recordó que el día que se incendió la cocina del colegio fue cuando encontró la primera moneda y cuando empezó la aventura.
Hacia media noche Ana y Marcos tuvieron otra visita. Era la princesa Altea que venía a ver a sus amigos y a pedirles perdón por lo que les había hecho. Altea había tenido que seguir las instrucciones de su padre y por eso les había engañado. Ella estaba muy triste, pero les iba a ayudar a salir de allí antes de que las monedas quedaran incrustadas en el escudo para siempre.
Marcos y Ana se pusieron muy contentos cuando vieron a la princesa y escucharon sus palabras. Los dos habían sufrido una gran decepción cuando la niña los traicionó. Ahora sabían que la princesa Altea era una buena amiga.
Antes del amanecer unos cuantos hombres entraron en las mazmorras y abrieron la puerta de la celda de Marcos y Ana. Les dieron unas capas oscuras y salieron por un pasadizo subterráneo que conectaba el castillo con el árbol sagrado.
Cuando llegaron a la colina estaban exhaustos. De pie, junto al árbol sagrado, estaban Altea y su sirvienta esperándolos. Ana y Marcos se alegraron mucho de verla. La princesa les dijo que no tenían mucho tiempo, que había robado las monedas del castillo y que debían partir antes de que amaneciera.
Altea sacó las monedas de un saco de terciopelo granate y dorado. Ana y Marcos pusieron las manos sobre las manos de la princesa y un rayo de fuego partió al árbol por la mitad. Pronto el fuego se extendió y les rodeó. Los tres se miraron y sin decir una palabra comprendieron que era el adiós. Una potente fuerza los arrastró hacia el interior del árbol partido y antes de darse cuenta, Ana y Marcos estaban de vuelta en el colegio.

lunes, 6 de mayo de 2013

El árbol sagrado


Ana tomó la iniciativa y comenzó a explicar que venían de un reino lejano llamado Europa,  que se habían perdido del resto del grupo y que seguramente estaría buscándolos. Explicó que Marcos era su hijo y que su marido era un caballero muy poderoso e importante.
Altea preguntó a Marcos por sus extraños ropajes,  y el niño dijo que eran ropas cómodas para viajar, pero que no eran las que llevaban a diario.  Contestaron a todo tipo de preguntas a lo largo de la comida mezclando la realidad con  la imaginación. 
El rey no abrió la boca. Es posible que no creyera nada de lo que estaban contando. Marcos tenía la sensación de que en cualquier momento les iban a encarcelar otra vez, pero no fue así. Al terminar la comida Altea les invitó a dar un paseo para enseñarles parte del castillo.
La princesa era adorable. Estaban tan a gusto con ella que casi se habían olvidado de su terrible situación. Marcos y Ana aprovecharon para hacer mil preguntas y saciar su curiosidad. Era una situación increíble para aprender.
Después de ver las inmediaciones del castillo se dirigieron a ver el árbol sagrado que estaba en lo alto de una colina. 
Altea se puso muy seria al llegar. Se trataba de un árbol extraordinariamente frondoso. Su tronco era fuerte y sus raíces sobresalían de la tierra. Algo en aquel lugar era familiar para Ana y Marcos. Era como si ya hubieran estado allí antes y como si ya hubieran visto el árbol con anterioridad. Demasiadas coincidencias, primero con Clara y ahora con el árbol.
Altea se arrodillo, se quitó del cuello la medalla y la dejó en el suelo junto al árbol.
¡Era el momento de coger el colgante y echar a correr! No había guardias, podrían  juntar las monedas y volver a casa, pero no eran capaces de hacer eso a la princesa.
De pronto Altea, sin dejar de mirar al suelo les dijo, como si les estuviera leyendo el pensamiento, que sabía que querían su moneda. Ana miró a Marcos y los dos se asombraron ante sus palabras. Altea siguió hablando con voz grave y semblante triste. Les dijo que no había creído nada de lo que habían contado durante la comida. Sabía que estaban allí para juntar las monedas mágicas. Tanto sus padres como ella sabían que eran LOS ESPERADOS. Los mensajeros que las monedas habían anunciado siglos atrás. 
Parece ser que cuando las cinco monedas estaban juntas en el escudo formaban una inscripción, en un antiguo dialecto que ya no existía por falta de uso, en la que explicaba que unos extraños venidos de otro tiempo juntarían las monedas otra vez. Nadie entendía esa frase porque estaban las cinco monedas juntas, pero cobraron sentido en el mismo momento en que se repartieron.
Ana al oír aquellas palabras se acercó a la princesa y la miró a los ojos. Marcos no sabía qué iba a hacer. No estaba seguro de si debía contar toda la verdad. Podía tratarse de un trampa para quitarles las monedas y con ellas la única oportunidad de volver a su casa con su madre y su hermano Pau.
La profesora se llevó las manos al bolsillo del pantalón y sacó las cuatro monedas.
La princesa Altea soltó un grito al verlas y al ver la guardia real que los rodeaba.
Al parecer no estaban solos. De la nada salieron un montón de hombres encabezados por el rey, que se colocó frente a Ana y le arrebató las monedas. Altea miró a Marcos y una lágrima corrió por sus mejillas. Casi susurrando dijo que lo sentía mucho.

domingo, 5 de mayo de 2013

Pon título a nuestra historia

Estamos llegando al final del proceso. Quedan pocas entradas para el final de nuestro relató.
Habéis pensado en los personajes, los habéis descrito, pensado en la historia, hecho los dibujos.
Ahora toca elegir un título.
Escribe en comentarios el título que más te guste para nuestra historia.
¡ÁNIMO, PARTICIPA!

viernes, 3 de mayo de 2013

jueves, 2 de mayo de 2013

Las cosas se complican




Ana y Marcos pasaron la noche en las mazmorras del castillo.
Era un sitio lúgubre, oscuro y húmedo. Un carcelero les llevó agua y pan duro para cenar. Ambos tenían esperanzas de que Altea lograra convencer a su padre para que les pusieran en libertad.
Durante la noche durmieron muy poco, aunque estaban agotados. Sabían que las monedas eran decisivas para volver a casa, pero también sabían que eran muy valiosas para los habitantes del reino.
A la mañana siguiente, los guardias condujeron a Marcos y Ana a ver al rey. Esta vez sólo estaban presentes el rey Morlango, su esposa la reina Constanza, y la princesa Altea.
El rey parecía menos alterado que el día anterior, seguramente gracias a la intercesión de la princesa.
Ana creyó oportuno hacer una reverencia en señal de respeto y Marcos la imitó. Ninguno de los dos había estado frente a un rey antes, y menos uno de aquella época.
El fornido y apuesto rey fue el primero en hablar. Era un hombre alto, de espalda ancha. Cabello tupido y largo, con algunas canas. Manos fuertes, voz grave. Vestía con una pesada capa y llevaba una corona. Iba armado con una espada enorme que tenía una empuñadura con piedras preciosas. Su actitud había cambiado totalmente. Amable, pero firme, les dijo con pocas palabras que los dos eran sus invitados y que podían quedarse en el castillo el tiempo que quisieran. Ya no estaban presos y eran libres para moverse a sus anchas. Altea los acompañó a sus habitaciones en lo más alto del castillo, les prestó ropa y les dejo a solas hasta la hora de la comida. La princesa era muy cordial con ellos, pero aún no se atrevían a contarle todo lo que les había ocurrido. 
Marcos no se fiaba nada del cambio tan brusco en la actitud del rey.
Creyeron que era el mejor momento para escapar y volver a casa.  Sacaron las monedas y ambos juntaron sus manos sobre ellas. Esperaron unos segundos y no ocurrió nada. Lo intentaron otra vez inútilmente. La energía que fluía a raudales cuando estaban en el colegio, allí no funcionaba. Entonces Ana pensó que necesitarían la quinta moneda, la moneda que la princesa Altea llevaba colgada al cuello, para poder salir de allí, pero ¿Cómo lo iban a lograr?
Hacia media mañana una mujer cargada con leña abrió la pesada puerta de madera de la habitación y se dispuso a encender la gran chimenea de piedra que presidía la habitación. ¡Era  Clara!, la bombero que había salvado a Marcos del incendio. Los dos corrieron hacia ella y la saludaron efusivamente. Marcos la abrazó. La mujer se asustó mucho por las muestras de cariño de los dos extraños y les dijo que no se llamaba Clara, que seguramente la estaban confundiendo con otra persona. Ella era una sirvienta del castillo y nunca los había visto antes.
El parecido era espectacular. La mujer que estaba encendiendo la chimenea era, salvo por la largura del cabello, exacta a Clara. 
A la hora de la comida un sirviente les condujo a un espléndido salón donde los estaban esperando para comer. Altea se alegró de verles y les indicó sus asientos. Todos los presentes a la mesa querían saber algo sobre los extraños invitados y empezó el turno de preguntas.
No podían decir la verdad porque los tomarían por locos, y no habían preparado nada para que sus mentiras parecieran convincentes y verosímiles.
Iba a ser una comida complicada. Eso era lo que perseguía el rey, ¡que hablaran!